Respecto de la primera, cada vez más se reconoce que el viejo modelo de “homo oeconomicus”, donde cada individuo toma en cuenta sólo lo que a él le afecta, ha dado paso a un “homo socialis”: cada individuo incluye en su función de utilidad individual el efecto de las acciones colectivas sobre otros. La solidaridad es un valor en alza, de modo que “nadie es una isla” y las campanas suenan por todos nosotros.58 Vg., a mucha gente le preocupa el bienestar de los niños de la calle y aumenta el suyo propio si éstos están bien atendidos.
En cualquier caso, en la vida real la función de bienestar social se construye (o, mejor, los proyectos se eligen) como si no hubiera mucha contradicción entre ambas situaciones. Que tal camino pase por aquí o no se decide muchas veces por votación, habiéndose informado “el respetable” de los potenciales costos y beneficios de cada traza. En otros temas (digamos, fumar en sitios públicos, usar cinturón de seguridad o drogarse–aún en privado–), la sociedad adopta un conjunto de valores que en muchos casos colisiona con el de una parte significativa de sus miembros, y refuerza sanciones, prohibiciones o propone usos forzosos, buscando el bienestar social.
Así se ignora la pesimista conclusión de Arroz, en su famoso teorema de imposibilidad: no existe posibilidad de encontrar una función social que cumpla con un mínimo de posibilidades lógicas, tales como el evitar llegar a resultados paradójicos (preferencias inconsistentes), que no quede excluido ningún tipo de preferencias, que la decisión entre dos alternativas no dependa de terceras alternativas no relacionadas, o que la voluntad de uno no se imponga al grupo (no dictadura). Véase Pasqual (1999) para más detalles.
Esa ignorancia es en parte algo afortunado, pues evita el inmovilismo. Como señala Pasqual, “[l]os teoremas de imposibilidad citados [Arrow, Gibbard-Satterhwaite, Sen] son de
aplicación general, de manera que demuestran que ni es posible que el mercado realice asignaciones sin incurrir en resultados paradójicos [o no aceptables socialmente], ni hallar un sistema de votaciones satisfactorio, lo que no impide hacer un uso inteligente del mercado ni el empleo de votaciones para resolver determinadas cuestiones.” (Pasqual, 1999: 92, nuestras cursivas)
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