Ai iinal del ano 1981 la deuda del empresario 2 alcanzó a $1 230 530, lo que significó un costo 83% superior al del empresario 1.
De las cifras precedentes se desprende que para el empresario 1 el costo financiero involucrado en su proyecto fue de 72.8% y para el empresario 2 alcanzó a 215.5%, para el período de 3 años. Obviamente que a mayor endeudamiento obtenido para el financiamiento del proyecto, mayor será el efecto que el costo
financiero tenga sobre éste, y por lo tanto la alternativa de endeudamiento puede desempeñar un papel trascendental.
En el ejemplo indicado se produce una diferencial de 196% por el período, lo que significa un 43.6% anual. Si suponemos que el total del proyecto fue financiado vía créditos, la situación del empresario 1 resulta absolutamente diferente a la situación del empresario 2, a pesar de que las características generales del proyecto pudieran haber sido muy similares.
Los aspectos indicados anteriormente nos señalan que no es posible calificar de malo un proyecto por el solo hecho de no haber tenido éxito práctico. Tampoco puede ser calificado de bueno un proyecto que, teniendo éxito, ha estado sostenido mediante expedientes casuísticos. Los subsidios, en cualquiera de sus múltiples
formas, pueden hacer viables proyectos que no debieran serlo al eliminarse los factores de subsidiariedad que los apoyaban.
Así, por ejemplo, en un país con barreras arancelarias, muchos proyectos resultan rentables por el hecho de existir trabas impositivas a la posible competencia externa. Al eliminarse estas barreras, el proyecto se transforma en inconveniente por este solo hecho.
¿Cuándo el proyecto puede ser calificado de bueno o malo? ¿Antes o después de eliminarse el subsidio implícito? Lo anterior nos lleva a determinar que un proyecto está asociado a una multiplicidad de circunstancias que lo afectan, las cuales, al variar, producen lógicamente cambios en su concepción y, por lo tanto, en su rentabilidad esperada.
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