La acción de evaluar consiste en dar un juicio sobre el proyecto, específicamente sobre la manera en que el proyecto se comporta en relación con un patrón de deseabilidad. Es decir, en qué medida el proyecto sigue determinado proceso, afecta cierta función objetivo, utiliza tales recursos, de acuerdo a qué se evalúe.
La evaluación debería ser una actividad objetiva y rigurosa, que obtenga resultados válidos y confiables acerca del proyecto. La rigurosidad aseguraría que los resultados y los procesos para obtenerlos fueran adecuados, transparentes y repetibles, y con la objetividad, al decir (un tanto ingenuo) de Cohen y Franco, “[…] se intenta captar la realidad, mediante procedimientos que eviten que las ideas preconcebidas e incluso los intereses afecten los resultados de la evaluación” (Cohen y Franco, 1996 [1992]: 72)
Toda evaluación plantea una serie de preguntas críticas:
• ¿Qué se evalúa? ¿Qué aspectos del proyecto deben medirse?
• ¿Cuándo se evalúa? ¿En qué momento debe realizarse la evaluación?
• ¿Para qué se evalúa? ¿Cuál es la razón de la evaluación?
• ¿Para quién se evalúa? ¿Desde la perspectiva de cuál actor y para qué usuario se evalúa?
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